Recuerdo haber estado en aquella inmensa playa, desolada, extendida hasta el infinito. Caminar despacio por la arena, casi en cámara lenta. Recuerdo las violentas olas, el fuerte viento y al fondo el contraste azul entre océano y el cielo. Me desconcierta pero me gusta.
Lejos veo a Lourdes. Viene con su perrita Maya en brazos, nos saludamos, nos abrazamos. Cuenta que siempre va al mar con Maya.
Le digo que es peligroso, el mar golpea fuerte y adentro las olas revientan.
Ella insiste “Maya siempre se baña en la orilla, le encanta” ¿qué puedo o decir? Mis ojos bastan.
Mojo mis pies en la orilla, Maya me sigue y juega. Pero el mar empieza a subir, la playa deja su planicie separándose como un acantilado. Subimos rápido apoyados en la arena, justo al borde dónde el mar no da tregua.
Estamos a salvo pero angustiados por Maya ahora perdida en la inmensidad.
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