miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ver Para Abajo Me Da Miedo

Aquel paisaje que siempre soñé se hace realidad. Montañas que pegan con el cielo, caminos verdes de parajes infinitos, es un día de sol que se acaba. Sé que estoy afuera del país, parece Suiza, puede ser Irlanda. Vamos en un bus muy alto. No sé cuántos, pero somos muchos.

El bus avanza en dirección al sol que se esconde detrás de una montaña. Recuerdo perfectamente el atardecer intenso, recuerdo tratar de hacer mil fotos contra luz. Si miro al frente siento emoción y confianza. Si por el contrario miro hacia abajo, me da pánico, el bus viaja a escasos centímetros del borde de un acantilado, caer es inminente. No quiero ver. Me da miedo.

Nos detuvimos en medio de una casa que está dentro de la montaña, hay una ventana y se puede ver de lado a lado. Pasando la parte más riesgosa sin caer llegamos a un área de descanso. Nos bajamos en Mc Donalds. Reconozco a Patito, mi ex compañera del colegio. Le decíamos patito porque se llamaba Patricia y era pequeña. También reconozco a Angelina Jolie.

Angelina, como parte de su labor humanitaria, toma mi orden: un combo de Big Mac. Pienso en artistas como ella, qué culpa extraña con la vida la llevará a comportarse así. Patito y yo comemos pero ella se va haciendo más y más pequeña. Me da tanta curiosidad saber cómo hace para andar en la calle ¿no teme alguien un día la maje sin querer?

lunes, 5 de septiembre de 2011

El Juego


Mi función es permanecer callado. Después de eso no sé qué otra función debo cumplir. Creo que en todo esto soy la persona menos peligrosa. No sé si es un juego o una película. Tampoco sé de quién soy aliado. Sé que hay problemas.

Frente a mi pasan una serie de actos violentos, es una masacre con armas, gente con disparos en la frente, disparos en la boca,  sucede repetido una y otra vez. Es muy sangriento. Mientras no hable, no me mueva, no diga algo bueno o malo, a mí no me va pasar nada. Tampoco me puedo ir, solo veo escenas violentas.

Es de noche y cerca hay una bodega. Es alta, aunque es enorme está decorada en un ambiente de un único espacio, una cama, unos estantes llenos de libros, lámparas colgantes, hay una colección de discos de música, mucha gente, todo distanciado, minimalista. Están mis amigos, no reconozco a ninguno pero nos comportamos como si nos conociéramos de toda una vida. El dueño se acerca, me saluda con gracia y me dice “no ocupás más para vivir, en una bodega así podés tener todo”. La fiesta sigue.

Estoy nervioso porque sé que algo va pasar. Sé que ellos van a llegar, van a disparar. Sé que quieren matar a alguien, pero no sé quién es. Sé que van a llegar en cualquier momento y sé que va suceder lo mismo: a sangre fría, sin importar quiénes, cuántos o porqué, van a morir asesinados.

Afuera hay un corredor de ocre largo, vacío. Cerca de la bodega no hay nada, campo rodeado de árboles, mosquitos, apenas iluminado por la luna y un bombillo amarillo.  Mi mamá está ahí, aunque no puedo verla.  También está mi sobrino, aunque físicamente no es el mismo.

En todo en rededor hay serpientes, son oscuras, unas se mueven. otras están enrolladas, son grandes, son muchas, el niño sin ver está jugando parado sobre ellas. Yo lo regaño y le pido que pase.

Sigo caminando hasta el final del corredor cerca hay una calle de tierra, en la mitad hay un viejo camión Ford. Me subo en la tapa, de lejos puedo ver la bodega iluminada.  Estoy sentado, sé que van a llegar.

lunes, 29 de agosto de 2011

Agua Potable, Agua de Mar


Es de noche y el mar está muy picado. Las olas parecen enormes montañas de agua que vienen y van. Soy chófer de Oscar Arias. Voy manejando una bicicleta alta que sostiene un carruaje antiguo metálico, impulsada gracias al viento por una enorme vela, aunque a veces tenemos que pedalear.

Nos dirigimos a una isla cerca de Puntarenas. Además nos acompañan invitados especiales, el mar comienza a ponerse violento y me siento tranquilo de llegar a tierra.  En el lugar no hay nada más que una casa. No cualquiera, una muy lujosa, perfectamente iluminada con velas, llena de ventanales que dan a una terraza de piedra, todo guarda una elegante distancia.

Entramos, la mesa está servida. Todo está tallado con laboriosos detalles rococó de madera, las paredes y los adornos parecen colecciones del siglo XIX, cubiertos dorados, enormes candelabros que cuelgan del techo, sillas de ancho respaldar.

Pido disculpas para ir al baño, es igualmente suntuoso, tan grande como una habitación, de mármol añejo, grifería de plata. Pienso ¿si me lavo las manos saldrá agua potable, agua de mar?

sábado, 13 de agosto de 2011

India

Es un bar o restaurante, me recuerda aquel de Londres. Es en un segundo piso, no sé quiénes me acompañan. Escucho que afuera sucede algo, tengo la impresión de un robo, un asalto o un enfrentamiento. Me asomo por la ventana, casi todos visten con unas largas túnicas negras de estilo árabe. Hay mucha gente, vendedores de alimentos, todos levantan sus productos para huir. Alguien adentro me avisa que estoy arriesgando mi vida, no debo ver por la ventana si no visto una túnica, fácilmente reconocerían que no soy de ahí y me expongo a un secuestro. Inmediatamente nos vestimos con una túnica para salir corriendo en dirección hacia la estación del tren.


Parece que es Calcuta, o una ciudad llamada Nueva Calcuta. La estación  es enorme, vieja, desordenada como todo en la India, los rieles y el techo están muy oxidados, no entendemos bien las direcciones. Los trenes son blancos con una línea purpura a lo largo pintada en la mitad, van, vienen y no entendemos cuál tomar. Buscamos salir a Londres o Paris, parece que algunas líneas hacen a ruta. Un desconocido nos advierte de la urgencia irnos, corremos el riesgo de quedar varados. Desobedeciendo mi presentimiento tomamos un tren en la dirección contraria.  

De viaje el paisaje cambia, vamos a un pequeño poblado en una montaña aparentemente bastante influenciado por occidente, hay muchas calles y mucho comercio, lleno de residenciales muy planeadas. Es un lugar seguro, lejos del alboroto de Calcuta. Cuando bajamos pienso, tal vez alguien nos diga cómo salir a Londres o Paris. 

domingo, 31 de julio de 2011

La dirección correcta

2.
Espero el bus en la parada de siempre.  Al subir me sorprendo de ver a Laura sentada en segunda fila. Nos saludamos, me siento a su lado mientras me cuenta que va perdida y no sabe dónde va. De repente ambos caemos en razón de que, aun cuando pensaba que había tomado la periférica correcta, vamos en dirección contraria. No importa mucho, seguimos muy entretenidos hablando felices, amenos. Yo sé dónde estoy, soy de por acá y nada importa mucho, no hay prisa. Atentos por la ventaba vamos viendo la calle para bajar en el lugar apropiado para subir al bus en dirección correcta. Bajamos, tomamos nuevamente el bus y seguimos nuestra conversación.
                                                         

domingo, 24 de julio de 2011

El murmullo es más fuerte que el silencio

1.
La sala está llena. No falta nadie, tías que nunca llaman, primos que te caen mal, gente que nunca quisiste que llegara, están. Voy caminando, entre las sillas, todos sentados con la misma solemnidad, vestidos de la misma formalidad, parece una tradición. El temor se va apoderando poco a poco, siento miedo, sé que ellos no saben, sé lo que va pasar. Siento las miradas sobre mí, se arrastran con cada paso.

Al frente hay unas gradas. Leo espera sentado, ninguno de los dos entendemos lo que hacemos o el por qué. Me siento a su lado mientras las caras comienzan a mostrar los gestos incomodos. Miradas de sorpresa, miradas confusas, miradas acusadoras, miradas molestas.  El murmullo es más fuerte que el silencio.

Me siento desnudo, expuesto. Me siento extraño, extraño conmigo mismo. Me siento solo. Nunca, nunca pensé en casarme así.

martes, 24 de mayo de 2011

Mis zapatos

En algún lugar fuera San José alguien predica sobre Jesús. Se encarga de acomodar la gente entre quienes están dispuestos a seguir su palabra y apáticos pesimistas.  Cerca hay una calle de tierra y piedras con unos chinamos llenos de artesanías. El paisaje verde está cubierto por la densa niebla y una atmósfera húmeda.

Hay que quitarse los zapatos. Duele caminar sobre el áspero terreno. La oferta es usual, aretes sontos, collares de topacio, bufandas, conchas de mar. El tiempo pasa mientras camino entre los puestos sin nada que llame mi atención. Todos comienzan a levantar sus ventas, todos se van y empiezo a preocuparme por mis zapatos. No sé quién los tiene.

Al lado hay una terminal de buses. Después de pasar al baño llego a la salida posterior. Un grupo de motociclistas escandalosos molestan a un muchacho en media calle. Hay mucho ruido en medio de gente indignada por los hechos.

Necesito regresar para encontrar mis zapatos. En la calle donde estaba la feria viene algo que parece una procesión. Es una cantidad importante de gente, entre ellas vienen mamá y la tía Marta. Soy visto he ignorado al mismo tiempo. Quedé sin mis zapatos.

domingo, 15 de mayo de 2011

Rápido, casual

2.
Cerca de Radio U me encuentro al caballero de bigotes. Nos saludamos, mañana sale dos días por primera vez para Los Ángeles. No puedo evitar los recuerdos seguidos de un par de consejos de aquella ciudad. El tiempo es insuficiente, tanto que me comprometo a enviar por mensaje más detalles.

Sólo cien metros más allá me encomiendo a la necesaria y ardua labor de escarbar libros en Nueva Década. El de Hobsbawm, ese me tiene especialmente inquieto hace días. Estoy tardísimo para la clase de fotografía.

A la salida en medio de la librería unos pupitres. Toda la clase sentada, el profesor al frente, Montserrat al lado. Me acomodo adelante, el profesor está emocionado, en un par de horas hay una ceremonia donde recibirá  su quinto Doctorado. En eso gasta el tiempo, hablando mientras Monserrat se deshace en elogios. El resto de la clase está distraída, desinteresada y ajena a la conversación.

De repente siento su cabeza suavemente recostada sobre mi hombro, bajando por el brazo. Me sorprende, no me incomoda, me gusta. La clase pensará raro, no me interesa. Salimos juntos lejos de la universidad. Nos miramos, como siempre, directo a los ojos. Los labios actúan en silencio. Fue tan rápido, algo casual, como esos amigos que se quieren mucho.  

miércoles, 11 de mayo de 2011

La incómoda presencia

1.
Es de noche en la casa en la avenida Mariposa. Aquella que estaba marcada por arquitectura española tardía, vieja, de madera, blanca por dentro y por fuera, confundida entre la Santa Mónica y la Melrose. Los helicópteros vuelan y rompen el silencio. Se siente un ambiente inmensamente incómodo.  Hay algo incómodo. Tal vez sea yo, mi presencia es incomoda.


El ambiente es denso, espeso, lúgubre. Noemy y Engbert están a oscuras, en la sala de la casa, sentados, cuidando dos bebés. Nos saludamos con un falso agrado de vernos, esa incomoda felicidad. Hablamos un rato en voz baja. Hablamos de mi visita, del concierto de PRINCE, de los tres días que estaré ahí.

El cuarto de atrás está listo, iluminado por una tenue luz anaranjada y una computadora, tengo sueño. El tiempo es lento, escucho ruidos. Algo sucede. Me atrevo a mirar y Noemy está en el pasillo luchando contra algo que no veo. Estalla en gritos, desesperada me dice que lleva años, años acosada por un fantasma. Me invade el pánico, mi cuerpo está frío cuando siento la presencia de algo que jamás creí posible.  En medio de la angustia y el temor, ese ser invisible recorre de arriba abajo la casa.

Tal vez nunca debí saber aquello, tal vez la incómoda presencia nunca fui yo. 

sábado, 7 de mayo de 2011

Sueño con el mar recurrente

La marea empieza a subir, huimos en medio de una interminable fila de palmeras. Mientras corremos sobre la dorada arena, veo el mar profundamente turquesa y sus enormes garras de olas de espuma blanca que rodean una especie de península. La playa se deshace en mis espaldas a pedazos como un acantilado. Al otro lado todo vuelve a la calma. Al final unas señoras están en una casa protegiendo su piel del fuerza sol con bloqueador solar

miércoles, 30 de marzo de 2011

Donde empezamos aquella mañana

Recién amanece y nos levantamos para tomar el bus a las playas chilenas. Estamos los tres, él, Ryan y yo en un hostal de Perú o Bolivia. Vamos a tomar varios buses de ruta con gente del lugar. Vamos como locales y claramente sabemos cuáles son los tres buses distintos que debemos tomar. En un momento caigo en razón que Ryan y él se han bajado, como siempre despistado seguí hasta darme cuenta que iba solo.  

Decido bajar en la siguiente parada para devolverme en el siguiente bus, y veo un ciudad que me recuerda Juliaca; con calles de tierra, repleto de polvo, piedras, edificios de barro y una sensación de abandono. Subo a otro bus, nuevamente equivocado, vuelvo a bajar ahora preocupado por el cómo nos volveremos a encontrar.

Llegué un sitio arqueológico colmado de unas casitas miniaturas y doce campanas de gran tamaño que cuelgan juntas y les atraviesa un camino infinito de piedra donde una vez al año se prende una línea de fuego que baja de la montaña de un volcán.

Hay niños jugando alrededor y entre las campanas. Noto que una que lleva escrito mi nombre, yo mismo lo hice diez años atrás. María se arrima y, como si nadie más supiera, en voz baja me explica al oído el simbolismo de aquella en especial.

Camino un poco hasta una gran casa. Aunque no sé el por qué, para seguir el viaje quiero un paño y una colchoneta. Una mujer desconocida amablemente busca mientras espero en un balcón. Se puede ver todo el paisaje y a lejos sobrepuestas un océano de montañas. El cielo negro cargado de lluvia oscurece el día y al final del horizonte donde se pierde la tierra hay un claro de luz que asoma un rabito de sol color rojo intenso. Dentro de mi esa sensación de estar perdido, invadido por la zozobra y la incertidumbre mientras pensaba con mucho miedo y desconsuelo cómo iba encontrar otra vez después de tantas horas de viaje Ryan.

Ante tal circunstancia creía que mi mente podría hacerle sentir en la distancia que solo podíamos devolvernos al lugar donde empezamos aquella mañana.

martes, 4 de enero de 2011

El Jacuzzi Lavadora

Vivo en aquella calle en San José, cerca del cine Líbano. Hay un cuarto entro y salgo mil veces, no tengo nada que hacer. Al lado un comercio tiene una ventana abierta a la calle, alguien atiende viendo los juegos olímpicos de invierno que recién inician en Canadá.

Mientras lavo mi ropa adentro llega esta señora, Ivannia y Natalia, las psicólogas. La lavadora es tan enorme como un jacuzzi, pero la estructura de una lavadora.  Es las dos cosas.

Nos sentamos tranquilos al borde con los pies apenas tocando el agua. Estaba el profesor Paz, y la señora que llegó de primero muestra su colección de souvenires africanos. Una serie de animalitos plásticos, de muchos colores, amarillos, verdes, rojos, negros, cafés, monos, elefantes, jirafas, imposibles conseguir en el país, hermosos.

En este punto la señora afirma ser la creadora de los souvenires con materiales importados. Tampoco tengo certeza de si son africanos o australianos; en fin, el mismo tema de siempre, la gente le encarga y luego deja el perro amarrado. Una vez hasta llegó a llamar a la policía y el incidente terminó en un operativo donde cerraron calles y avenidas, todo por alguien que no pagó sus famosos souvenires.

Después de escucharla y a pesar de los ciclos y el enjuague, nos sumergimos junto a las hermanas en el jacuzzi lavadora.

Acerca

Una bitácora pública de sueños.