martes, 24 de mayo de 2011

Mis zapatos

En algún lugar fuera San José alguien predica sobre Jesús. Se encarga de acomodar la gente entre quienes están dispuestos a seguir su palabra y apáticos pesimistas.  Cerca hay una calle de tierra y piedras con unos chinamos llenos de artesanías. El paisaje verde está cubierto por la densa niebla y una atmósfera húmeda.

Hay que quitarse los zapatos. Duele caminar sobre el áspero terreno. La oferta es usual, aretes sontos, collares de topacio, bufandas, conchas de mar. El tiempo pasa mientras camino entre los puestos sin nada que llame mi atención. Todos comienzan a levantar sus ventas, todos se van y empiezo a preocuparme por mis zapatos. No sé quién los tiene.

Al lado hay una terminal de buses. Después de pasar al baño llego a la salida posterior. Un grupo de motociclistas escandalosos molestan a un muchacho en media calle. Hay mucho ruido en medio de gente indignada por los hechos.

Necesito regresar para encontrar mis zapatos. En la calle donde estaba la feria viene algo que parece una procesión. Es una cantidad importante de gente, entre ellas vienen mamá y la tía Marta. Soy visto he ignorado al mismo tiempo. Quedé sin mis zapatos.

domingo, 15 de mayo de 2011

Rápido, casual

2.
Cerca de Radio U me encuentro al caballero de bigotes. Nos saludamos, mañana sale dos días por primera vez para Los Ángeles. No puedo evitar los recuerdos seguidos de un par de consejos de aquella ciudad. El tiempo es insuficiente, tanto que me comprometo a enviar por mensaje más detalles.

Sólo cien metros más allá me encomiendo a la necesaria y ardua labor de escarbar libros en Nueva Década. El de Hobsbawm, ese me tiene especialmente inquieto hace días. Estoy tardísimo para la clase de fotografía.

A la salida en medio de la librería unos pupitres. Toda la clase sentada, el profesor al frente, Montserrat al lado. Me acomodo adelante, el profesor está emocionado, en un par de horas hay una ceremonia donde recibirá  su quinto Doctorado. En eso gasta el tiempo, hablando mientras Monserrat se deshace en elogios. El resto de la clase está distraída, desinteresada y ajena a la conversación.

De repente siento su cabeza suavemente recostada sobre mi hombro, bajando por el brazo. Me sorprende, no me incomoda, me gusta. La clase pensará raro, no me interesa. Salimos juntos lejos de la universidad. Nos miramos, como siempre, directo a los ojos. Los labios actúan en silencio. Fue tan rápido, algo casual, como esos amigos que se quieren mucho.  

miércoles, 11 de mayo de 2011

La incómoda presencia

1.
Es de noche en la casa en la avenida Mariposa. Aquella que estaba marcada por arquitectura española tardía, vieja, de madera, blanca por dentro y por fuera, confundida entre la Santa Mónica y la Melrose. Los helicópteros vuelan y rompen el silencio. Se siente un ambiente inmensamente incómodo.  Hay algo incómodo. Tal vez sea yo, mi presencia es incomoda.


El ambiente es denso, espeso, lúgubre. Noemy y Engbert están a oscuras, en la sala de la casa, sentados, cuidando dos bebés. Nos saludamos con un falso agrado de vernos, esa incomoda felicidad. Hablamos un rato en voz baja. Hablamos de mi visita, del concierto de PRINCE, de los tres días que estaré ahí.

El cuarto de atrás está listo, iluminado por una tenue luz anaranjada y una computadora, tengo sueño. El tiempo es lento, escucho ruidos. Algo sucede. Me atrevo a mirar y Noemy está en el pasillo luchando contra algo que no veo. Estalla en gritos, desesperada me dice que lleva años, años acosada por un fantasma. Me invade el pánico, mi cuerpo está frío cuando siento la presencia de algo que jamás creí posible.  En medio de la angustia y el temor, ese ser invisible recorre de arriba abajo la casa.

Tal vez nunca debí saber aquello, tal vez la incómoda presencia nunca fui yo. 

sábado, 7 de mayo de 2011

Sueño con el mar recurrente

La marea empieza a subir, huimos en medio de una interminable fila de palmeras. Mientras corremos sobre la dorada arena, veo el mar profundamente turquesa y sus enormes garras de olas de espuma blanca que rodean una especie de península. La playa se deshace en mis espaldas a pedazos como un acantilado. Al otro lado todo vuelve a la calma. Al final unas señoras están en una casa protegiendo su piel del fuerza sol con bloqueador solar

Acerca

Una bitácora pública de sueños.